
-¿Renée? - preguntaba la voz, mientras yo sentía posarse sobre la mía una mano amiga. (...) Y la mano amiga no dejaba de ejercer sobre mi brazo - incomprensible lenguaje - ligeras y tiernas presiones. Renée. Se trataba de mí. Por primera vez, alguien se dirigía a mí por mi nombre. Mientras que mis padres recurrían a un gesto o a un gruñido, una mujer, cuyos ojos claros y labios sonrientes observé entonces, se abría camino hasta mi corazón y pronunciando mi nombre, entraba conmigo en una proximidad de la que hasta entonces yo no nada sabía. Descubrí a mi alrededor un mundo que, de pronto, adornaban mil colores. (...) Entonces, con mis enormes ojos clavados en los suyos, me aferré a la mujer que acababa de traerme a la vida.
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